Un jesuita misionero y obispo - Joaquín Piña SJ



"Me parece que tu India está en América Latina"




+ Infancia y familia:
 
San Pablo decía que si Jesús no hubiera resucitado, nosotros seríamos los más infelices de los hombres que han existido. En paralelo, aunque indigno, sin Jesús mi vida no tendría ningún sentido
 
Tuve la suerte -¡que es Gracia de Dios!- de conocerle de muy chico, en una familia donde realmente se vivía la fe cristiana. (Por algo teníamos un tío, hermano de mi padre, que fue siempre el capellán de la familia: les casó a mis padres, nos bautizó a todos, nos dio la Primera Comunión…). Y una prima de mamá, religiosa carmelita, que durante la guerra vivió con nosotros y fue la que nos preparó para la Primera Comunión. Mi hermanito menor, años más tarde entró como religioso escolapio, y es hasta hoy un celoso misionero en la frontera calienta del norte de México. 
 
Creo que me ayudó también el que mi familia en mi infancia (de los 6 a los 9) vivimos tiempos de guerra, bajo un régimen comunista, donde la Iglesia fue horriblemente perseguida. Yo siempre he sostenido que las persecuciones le han ayudado a la Iglesia más que los beneficios (o privilegios) del poder. Cuando la fe es perseguida se valora más



 
+ Tiempos de escuela:
 
Al terminar la guerra y reabrirse los colegios religiosos –yo tenía 9 años-, mis padres, con no poco sacrificio, queriendo para mí lo que entonces se pensaba era la mejor de las educaciones, me llevaron como interno a un colegio que la Compañía tenía y tiene en la zona alta de Barcelona. En aquel Colegio de san Ignacio, de Sarriá, viví y estudié durante nada menos que 8 años. Una vida casi de monje, que aguanté estoicamente. (Ninguno de mis hermanos ¡aguantó tanto aquél régimen de internado!). Sin embargo, yo tengo del mismo los mejores recuerdos. Entre otras cosas, porque fui de tener buenos amigos, a los que debo reconocer que debo mucho. Pero, sobre todo, a los testimonios de unos Padres que lo daban todo por nosotros. 
 
Claro que no hay que idealizar, pero es evidente que tantos años con los jesuitas me marcaron. Y aunque, en una oportunidad uno de ellos me dijo que mi carácter era lo más contrario a lo que se requería para ser jesuita –cosa que me dolió mucho-, mi vocación se fue perfilando, aunque la semilla venía de muy atrás. Yo recuerdo que el día de mi Primera Comunión ya le había dicho a Jesús que quería ser sacerdote. Con el tiempo esto se fue aclarando. Sin duda que ayudó mucho el que todos los años, con el Colegio, hacíamos Ejercicios Espirituales de San Ignacio, casi una semana, y en silencio. Y nos lo tomábamos en serio. Con razón que de mi curso entramos creo que 7 en el Noviciado o en el Seminario. En mi caso se fue haciendo cada vez más claro que sería sacerdote y jesuita. Y además misionero, ya que en aquellos años se vivía intensamente una espiritualidad marcada por la extensión del Reino de Dios, particularmente en aquellos lugares donde todavía no había sido anunciado el Evangelio, o la presencia de la Iglesia era muy minoritaria. 
 
Recuerdo que cantábamos una canción que decía: “mirad la bandera que eleva en España Javier, que a las India a Cristo acompaña…”. Con frecuencia recibimos la visita de aquellos Padres misioneros que trabajaban en India y en otros lugares. Por aquellos años influyó mucho también la representación que se hacía del drama de José María Pemán, “El divino Impaciente”, sobre la vida de san Francisco Javier. Era común también el que nos entusiasmáramos con la lectura de las vidas de los Santos. Más de uno de mis mejores amigos terminó en la India. India era también para mí mi sueño por aquellos años. “PARA QUE TODOS CONOZCAN A CRISTO”, era el slogan. Hasta que años más tarde, mi Maestro de novicios me dijo un día: “Me parece que tu India está en América latina…” son los caminos de Dios. 
 
+ Vida de jesuita:
A los 18 años entré en la Compañía. Aunque la decisión ya estaba tomada, no fue fácil. (El diablo siempre pone algunas trabas…) pero estas dificultades, reconocí luego con los años, que me ayudaron para afianzarme más en la vocación. Lo que sería madurar aunque sea un poco… aunque no era lo más importante, pero un poco de miedo tenía al estudio que decía que los jesuitas tenían que ser muy sabios, y yo nunca me tuve por “bocho”. Me animó mi Padre Espiritual cuando me dijo: “Por donde pasa un burro, pasan dos” (!). ¡Gran argumento! Pero así entré, confiado en Dios, hasta el día de hoy. 
 
+ FORMACIÓN: 


Fui novicio en Veruela, un antiguo monasterios Cisterciense del siglo XII. Cuando entré ya habían celebrado el octavo centenario. Quedaba en medio del campo, en un valle, al pie del monte Moncayo, un lugar tranquilo y aislado, que para nosotros, en aquel entonces era el “non plus ultra”. Recuerdo que cantábamos: “Veruela rincón ideal…”
Terminamos los estudios filosóficos, cerca de Barcelona (en la facultad de San Francisco de Borja), fui destinado a la recién creada Viceprovincia del Paraguay, donde trabajé como “maestrillo” durante tres años, bajo el régimen del Exmo. Sr. Presidente de la República y Gral. del Ejército Don Alfredo Stroessner, que reinó (!) en Paraguay durante 34 años, de los que yo lo “aguanté” como 20. Había venido de la España de Franco, y cuando del Paraguay pasé a la Argentina me encontré con los regímenes militares, (dictaduras), de los Videla y compañía. Por esto dije alguna ve que soy “experto en dictaduras” (!).
+ SACERDOTE: 


En Paraguay trabajé muy a gusto. Lo sentí como mi segunda Patria. Estudié la teología en el Colegio Máximo de San Miguel, (Buenos Aires) y el 61 me ordené sacerdote en Asunción. Mis primeros años de sacerote trabajé en el Colegio de Asunción. Los fines de semana me escapaba siempre a los barrios, acompañando a algunos chicos más selectos íbamos a enseñar catecismo. Así fui conociendo, al entrar en contacto con la realidad de la pobreza de la gente. Después de unos años, nos fuimos a vivir, con un compañero jesuita a un barrio de la periferia de Asunción. Lo que llaman una comunidad de inserción. Una comunidad nueva, creciendo con la gente. Realmente muy lindo. 
 
+ FORMADOR: 


Estuve también un tiempo como formador y profesor en el Seminario Mayor Nacional, y los dos últimos años y medio como Maestro de novicios, en Paraguar. Siempre me había interesado mucho por la Pastoral Vocacional. Los primeros años de la Viceprovincia enviábamos a los candidatos a cualquier lado, hasta que se formó el Noviciado a Paraguay. En mi tiempo llegamos a tener hasta 15 novicios. Naturalmente que no todos perseveraron, pero los que quedaron son hasta hoy excelente jesuitas. 
 
+ OBISPO: 


En 1986 ocurrió lo que menos nunca hubiera podido imaginar. Porque evidentemente yo tenía muy clara mi vocación para ser sacerdote y jesuita, pero nunca ni me pasó por la cabeza esto de ser Obispo. Cuando el Obispo de Posadas, MOns. Kémerer me visitó en el noviciado para decirme que el Papa me había nombrado Obispo de la nueva Diócesis de Puerto Iguazú, quedé desconcertado. Yo les acababa de explicar a los novicios que los jesuitas nunca teníamos que ser Obispos. ¿Qué les digo ahora? Tuve que llamar al Provincial para que viniera él a decírselo… en fin, fue un momento difícil, hasta que me tranquilicé cuando llegué a la conclusión de que lo que ya había aprendido también en la Compañía, que a fin de cuentas lo único importante en esta vida es hacer la voluntad de Dios, y estar donde Él nos quiere. Si él lo quiere, Él me ayudará. Y así fue. Durante un poco más de 20 años estuve en Iguazú tratando de armar una Diócesis nueva, y sobre todo de ayudar a la gente. Mi lema fue, y traté de cumplirlo: “PARA SERVIR”.
+ HOY:
 
Fue muy lindo ver “crecer” una Iglesia. Muchas veces dije que es más lindo hacer algo nuevo que remendar algo viejo, y así se hizo la Diócesis de Iguazú, con un estilo bastante particular, (tal vez no muy convencional). Tal vez habrá que decir como San Pablo: “Yo planté, Apolo regó,…pero es Dios el que tiene que dar el crecimiento”. El mismo día que cumplí los 75 años presenté mi renuncia al Papa. Un año y medio más tarde, a fines de 2006 me la aceptó y nombraron un sucesor. Desde entonces, como emérito, volví a vivir a esta comunidad de la Parroquia de Iratí, en Posadas, donde yo había sido párroco allá por los 80, hará como treinta años. La verdad es que tenía muchas ganas de volver a una comunidad jesuita, y aquí me tienen, tratando de ayudar en lo que puedo. ¡Ya cumplí mis 80!, pero mientras nos dé vida y fuerzas algo tenemos que hacer. Y aquí me siento muy bien, atendiendo a la gente. Muchos me conocen, porque como dije había sido párroco en esta parroquia tantos años atrás: -Ud., padre, nos casó. Ud. Me dio la primera comunión,… gente sencilla con la que me siento muy a gusto, y por todo dando gracias a Dios. La vocación es el gran regalo de Dios, y como dice la Sagrada Escritura, hablando de Sabiduría “todos los bienes vinieron junto con ella” Dios quiera que sean muchos los que se animen a seguir por este camino, que yo les aseguro que, si son fieles, serán muy felices.

+ PIÑA Y LA POLÍTICA: “Piña les dio una piña”…
En mis 63 años en la Compañía de Jesús, nunca tuve un destino tan largo como los 20 bien cumplidos que estuve a cargo del pastoreo de la Diócesis de Iguazú. Mi principal preocupación fue siempre predicar el Evangelio, pero no un Evangelio desencarnado, fuera de la realidad, sino bien inserto en lo que vivimos
 
En la Congregación General 32, de la que participé, se definió que la misión de la Compañía era la defensa de la fe y la promoción de la justicia que brota de esta misma fe. Dos cosas que no pueden separarse. En otras palabras, que hemos de ser coherentes con lo que creemos. 
 
En la Diócesis de Iguazú siempre se dijo que nuestro compromiso era el anuncio del Evangelio, y la denuncia de todo lo que a él se opone. Naturalmente que esto nos trajo algunas dificultades, porque siempre hay gente a la que no le gusta que se digan algunas verdades
 
Esto lo experimenté personalmente, sobre todo al final de mi episcopado, el año 2006. En la Prov. de Misiones, el entonces gobernador, C. Rovira, se había propuesto cambiar la Constitución para poder perpetuarse en su cargo.
Una pretensión tan exagerada, y por supuesto antidemocrática, provocó felizmente una reacción de la mayor parte de la población. Pero había que definirlo en un “referéndum”, para el cual se unió mucha gente, formando lo que se llamó “Frente Unido por la Dignidad” (FUD), y parece que no encontraron a otro que lo pudiera encabezar, de modo que después de un largo discernimiento, me di cuenta de que debía aceptar esta responsabilidad, que desde luego era transitoria y no política. 
 
Dios nos ayudó, y se le pudo poner freno a la reelección. El resultado de las elecciones fue contundente. El triunfo del “NO” tuvo una gran repercusión, y no sólo en el país, algún diario extranjero llegó a titular: “Primera derrota electoral del presidente Kirchner” (que había apoyado la reelección). Un poco jocoso, otro medio tituló: “Piña les dio una piña”…
Me cansé de repetir que el mérito no era mío, y que al que había que felicitar era al pueblo de Misiones, que se puso de pie para defender su dignidad y la democracia. Dejé también bien claro que creía haber cumplido con el deber de defender a mi pueblo, pero que llegaba sólo hasta ahí. Que nunca iba a aceptar un cargo público, como me proponía algunos, porque mi vocación no era la de un político sino la de un pastor. Aunque sí, como lo repetí tantas veces, muy preocupado por mi pueblo.

Testimonios Jesuitas


Con alegría queremos acercarles algunos testimonios de jesuitas con mucha experiencia y vida. Con estos testimonios queremos obtener un “extracto” jesuítico que nos permita valorar sus vidas más profundamente, alimentarnos de sus experiencias y acrecentar el patrimonio humano de la Compañía de Jesús en Argentina y Uruguay. Buscamos ahondar en la posibilidad de entrever los caminos que el Espíritu nos ha querido regalar a lo largo de los años y, especialmente, a través de estas vidas llenas de historia y experiencia. ¡Que los disfruten!

José Gette sj
Emmanuel Sicre sj


Testimonio Juan C. Scannone SJ

"Lo mejor que me pasó en la vida"


Una vez, un amigo mío, cuando me presentó a su mujer, me dijo: “ella es lo mejor que me pasó en la vida”. Eso me hizo caer en la cuenta que el llamado que me hizo el Señor a formar parte de su Compañía fue “lo mejor que me pasó en mi vida”, tanto por todo lo que supone -ante todo, ser cristiano- como por lo que conllevó consigo, aun en el plano de la realización humana.

Antes que la vocación al sacerdocio sentí el llamado a una entrega total a Dios, y al seguimiento radical de Cristo en la vida religiosa. Conocí a la Compañía por lecturas y porque frecuentaba dominicalmente la iglesia del Salvador, aunque siempre asistí a escuelas del Estado. En los primeros tiempos solía confesarme con el P. Ochagavía, -creo que se llamaba Fernando-, jesuita chileno, tío del P. Juan Ochagavía, quien me pasaba hojitas sobre la comunión frecuente, etc., y también me dio un folleto, si mal no recuerdo, del P. Doyle, sobre la vida religiosa y, luego, un libro algo más extenso sobre el mismo tema, del P. Parola. Entre las órdenes y congregaciones, me parecía que la Compañía seguía a Cristo no sólo en la vida activa, sino también en la contemplativa, y que, al no tener un apostolado único y predeterminado, me abría más la posibilidad de hacer la Voluntad de Dios, sin precondicionamientos. En ese momento era indiferente a ser sacerdote o hermano jesuita, más tarde comprendí que Dios me llamaba a ser sacerdote en la Compañía. 


Como dije, mi conocimiento de ésta fue doble, por un lado, el contacto en la iglesia del Salvador, tanto en las confesiones -con el P. Ochagavía y, luego, con el P. Beguiriztain-, como cuando empecé a ayudar misa -gracias al pedido del Hno. Munar-, y más tarde, en la Congregación mariana del P. Galarza. Por otro lado, como me gustaba la lectura, cuando en mi casa se acabaron las novelas, leí otros libros que me habían regalado, entre ellos, la vida de San Ignacio de Loyola y algunas historias noveladas de misioneros de la colección “Desde lejanas tierras”. Todo ello incidió en mi vocación, no en último lugar el ejercicio de la oración mental, aprendida en lecturas, aunque todavía no conocía el consejo de Ignacio de “reposarse, sin pasar adelante”. Además, no faltaron consultas hechas a los Padres S.I. sobre mis estudios de magisterio, por ejemplo, acerca de pedagogía y aun de filosofía, cuando -gracias a la lectura de “Una filosofía antropológica de la educación” (o algo así) de De Hovre, recomendada por el P. Pizzariello- caí en la cuenta que detrás de cada proyecto pedagógico hay una antropología filosófica. En los dos últimos años antes de mi entrada al noviciado, frecuenté las clases del Instituto Superior de Filosofía, donde enseñaban los PP. Enrique Pita, Ismael Quiles y Honorio Gómez, (al primero y al tercero solía ayudarles la misa). En ese Instituto -cuna de lo que luego fue la Universidad del Salvador- la mayoría de los alumnos eran adultos, sobre todo profesionales, pero también asistíamos tres adolescentes, a saber, el que luego fue el P. José Luis Romero -que entró al noviciado unos días antes que yo, y murió en la Compañía-, quien fuera más tarde el Dr. Novo, psiquiatra, pero que entonces deseaba ser jesuita -aunque nunca entró-, y yo.
Varias experiencias espirituales marcaron mi vida de jesuita. El primer año de noviciado hice el mes de Ejercicios, pero fue en el segundo año que el P. Maestro Francisco Zaragozí, me permitió repetir la Segunda Semana y, como saqué mucho fruto, especialmente en la meditación del Reino, me permitió seguir con la Tercera y Cuarta. Más tarde, muchas de las experiencias clave las tuve en Ejercicios, sobre todo en mi Tercera Probación, hecha en Francia con el P. Antoine Delchard, excelente director espiritual. Pero también fuera de los mismos, por ejemplo, durante mis estudios de filosofía en San Miguel, me impactó fuertemente la lectura de los textos del P. Jerónimo Nadal, citados en el libro del P. Nicolau: allí aprendí entonces que el “con Cristo” de la meditación del Reino es también un “en Cristo”, según la expresión de San Pablo: vivir en Cristo, amar en Cristo, ser tomado por Él como su instrumento libre al servicio del Padre, en el Espíritu.
Mi misión en la Compañía siempre se centró -aunque no exclusivamente- en el apostolado intelectual y de la formación intelectual de jesuitas y no jesuitas. Para mí, sobre todo gracias a la experiencia de los Ejercicios, en especial, durante la Tercera Probación, dicho apostolado se alimenta de la vida espiritual, el espíritu de los Ejercicios y el discernimiento ignaciano. Pues, en el mes de Ejercicios hechos en Saint-Martin d’Ablois, algo “se rompió” en mí, liberándome en principio del apego demasiado inmediato a la cultura humana, filosófica y teológica, para poder ponerla al servicio. Y así, también la recibí, “por añadidura”.


Gracias a Dios, en cada etapa de mi formación encontré un verdadero “maestro”, no sólo el P. Zaragozí, en el noviciado, sino también el maestrillo, luego P. Pedro Fuentes, en el juniorado; el P. Miguel Ángel Fiorito, en filosofía, Karl Rahner, en teología -la que estudié en Innsbruck-, y el ya mencionado P. Delchard, en mi tercera probación, a quienes se puede agregar también Max Müller, en el doctorado (Munich). Cuando entré a la Compañía estaba convencido que era muy estudioso y podía aprender mucho, pero, como la formación recibida en la Escuela Normal era enciclopédica, entonces pensaba que yo carecía de creatividad intelectual. Pero los trabajos de reflexión sobre los Salmos y documentos de la Compañía, que nos hacía realizar el Padre Maestro en el noviciado y, sobre todo, los del juniorado, hicieron que descubriera esa nueva veta de mi vida intelectual, tanto en el nivel del pensamiento mismo como de su expresión escrita. Recuerdo que, junto con los que después fueron los Padres Olivera, Sáenz, Sobrón y Jorge Anzorena, redactábamos una revista en el juniorado, con nuestros trabajos humanísticos y de crítica literaria. Mi primera publicación -en “Ciencia y Fe”, que luego se llamó “Stromata”- fue la reseña, escrita para la revista del juniorado- sobre “El fin de los tiempos modernos” de Romano Guardini. Tanto es así que el P. Visitador, P. Moreno, me propuso entonces destinarme a profesor del juniorado. Es de notar que tanto el P. Zaragozí como Fuentes, en el tipo de trabajo que nos hacían hacer, seguían el método del entonces maestrillo Juan Luis Segundo, uruguayo, luego uno de los teólogos líderes de América Latina, quien, a su vez, continuaba el camino iniciado antes por otro maestrillo, el ahora P. Enrique Fabbri.


Más tarde, al terminar mis estudios filosóficos, el P. Fiorito me propuso dedicarme a la filosofía; por eso, después del magisterio -en el cual enseñé literatura y Humanidades en el Seminario Menor de Buenos Aires- fui enviado a hacer la teología con Rahner, por su impronta especulativa en la reflexión teológica. Y, aunque en ese tiempo pedí que me destinaran a ser profesor de teología, finalmente el P. Provincial Gaviña me reconfirmó mi destinación a la filosofía. Pero, desde ésta no dejé de estar al servicio de la teología, uniendo ambas estrechamente entre sí y con mi vida espiritual y apostólica, sin confundirlas. Estimo que, en el fondo, ésa ha sido mi misión y mi carisma, al servicio de los estudiantes, de la Iglesia y aun de la sociedad. Por eso elegí como materia de mi tesis a Maurice Blondel, en quien también esos tres factores estuvieron íntimamente unidos, como lo muestran sus diarios espirituales, sus cartas y sus obras, en las que predominan, respectivamente, su vida espiritual y apostólica, su teología y su filosofía..


A esa síntesis entre lo filosófico-teológico y lo espiritual-apostólico, simbolizada por la figura de Blondel, le faltaba entonces un tercer factor de lo que -visto desde ahora- ha sido mi carisma y misión, a saber, el componente latinoamericano-social. Con todo, cuando regresé a la Argentina en noviembre de 1967, no sólo yo -que había tenido de profesores a expertos del Concilio como Rahner y Josef Jungmann- sino una parte importante de la Iglesia argentina, respirábamos el espíritu del Vaticano II. En el Colegio Máximo me encontré con una reunión de sacerdotes, que luego conformarían el Movimiento para el Tercer Mundo, luego me conecté con los trabajos que estaban haciendo Lucio Gera y su grupo teológico-pastoral de la COEPAL -al cual también pertenecían los jesuitas Alberto Sily y Fernando Boasso- sobre evangelización de los pueblos, de la cultura y las culturas, religiosidad popular y pastoral popular, y en 1969, conocí a Enrique Dussel -quien ya estaba trabajando en una filosofía latinoamericana-, el cual vino a pasar unos días en nuestra casa, a fin de usar la biblioteca. De las conversaciones con él nacieron en 1970 las Jornadas Académicas interdisciplinares de teología, filosofía y ciencias sociales, de las Facultades de San Miguel, centradas en temas latinoamericanos y argentinos, que se extendieron de 1970 a 1975 inclusive, publicadas anualmente en la revista “Stromata”. Todo ello y la participación en el encuentro de El Escorial (1972), la consecuente colaboración con el CELAM y la CLAR, mis aportes -sobre todo metodológicos y epistemológicos- a la teología de la liberación, y a la filosofía latinoamericana, mi trabajo en barrios populares de San Miguel (entonces, en la Manuelita, ayudando al P. José Ignacio Vicentini desde 1971), contribuyeron a darle a lo que había recibido tanto en Córdoba y San Miguel como en Europa, el tercer componente que faltaba, a saber: la perspectiva latinoamericana, informada por la opción preferencial por los pobres, que ya la Iglesia latinoamericana había vivido en Medellín (1968) y, luego, explicitó en Puebla (1979). Por ello, me pareció acertado que, cuando -bastante tiempo después- el Hno Ariel Fresia SDB compiló un catálogo de mis publicaciones, las dividiera en tres ámbitos: el filosófico, el teológico y el de la doctrina social de la Iglesia, en ese orden.


Cuando el actual Cardenal Bergoglio era Provincial, me dijo algo que me quedó grabado, a saber, que en mis trabajos apostólicos estaba realizando de hecho la misión actual de la Compañía: el servicio de la fe y la promoción de la justicia. Pues, al enseñar teología filosófica y escribir sobre esa temática y sobre teología, estaba contribuyendo a lo primero, y a lo segundo, al dedicarme a la teología y filosofía de la liberación, y a la doctrina social de la Iglesia, además del trabajo sacerdotal entre los pobres de los barrios. Después de la CG 34, de la cual tuve el gozo de participar, podría añadir algo semejante tanto con respecto a la problemática de la cultura e inculturación (sobre todo del pensamiento filosófico y teológico) como a la del diálogo, no interreligioso, pero sí interdisciplinar e intercultural.


Sigo pensando que, con la vocación a la Compañía de Jesús, me vinieron todos los bienes apostólicos, espirituales, humanos e intelectuales que el Señor me dio y me sigue dando todavía. Espero que Él continúe regalándomelos “hasta el extremo” en el tiempo que todavía me queda de vida.